ARTEMISA Y FRIDA

"Artemisia Gentileschi fue una pintora italiana que vivió en la primera mitad del siglo XVII, hija de Orazio Gentileschi, pintor de cierto prestigio en la Roma barroca."

Así suelen iniciarse los textos que nos hablan de Artemisia: primera referencia a la figura de su padre e inmediatamente después se nos relata el desafortunado pasaje de su violación a manos de un amigo y colega de su progenitor, profesor de perspectiva. Está claro que es un dato importante que condiciona la vida y obra de nuestra pintora, pero hay textos que se ocupan más de contar el relato biográfico que de analizar su obra.

Sin duda, su vida cambia tras el terrible episodio y finalizado el espantoso juicio, se traslada a Florencia para casarse con un pintor; patrón que repiten muchas mujeres artistas: la boda con un marido artista, mediocres la mayoría de ellos, permitía a estas mujeres dedicarse profesionalmente al arte.

En Florencia, cambia, incluso de apellido, no para tomar el de su marido, sino Lomi, el apellido de un tío pintor, quizá para que un apellido de artista ya establecido en la ciudad le abriera puertas, o tal vez para deshacerse del paterno y romper así con su pasado. Y allí será admitida en la Academia de Dibujo, ninguna otra mujer había sido admitida antes.

Estamos a partir de entonces ante una nueva Artemisa, cuya obra cobra una fuerza diferente. La temática de este periodo se centra en episodios, bíblicos principalmente, en los que la protagonista es una mujer fuerte, valiente, virtuosa que se enfrenta al tirano, al opresor y esta sale victoriosa sin perder su honorabilidad; o bien son mujeres que se sacrifican ante la inminente llegada de un sometimiento.

La obra escogida para este dialogo pertenece al primer grupo, Judith decapitando a Holofernes, que podemos admirar en la Galería de los Uffizi en la actualidad, y que fue pintada en 1614 para Cosme de Medici, quien parece ser no quedó muy satisfecho con el resultado, negándose incluso a liquidar la deuda con la pintora.

                                         Judith decapitando a Holofernes, 1614 Óleo sobre lienzo 

El relato bíblico nos cuenta como la joven viuda de Betulia se ofrece voluntaria para salvar a su pueblo del sitio del rey de Babilonia Nabucodonosor, para ello se despoja de sus ropas de luto y se viste con sus mejores galas para adentrarse en la tienda del general Holofernes. Judith finge sucumbir a la seducción del militar y lo embriaga, momento que aprovecha para cortar su cabeza. El relato bíblico no nos dice nada sobre la presencia de la criada, pero la tradición pictórica ubica en la escena a esta ayudante, recurso que en ocasiones los artistas utilizan para contrastar la juventud y belleza de la joven judía, con la de una anciana.

En la cruel escena vemos como sobre la figura de Holofernes se ciernen Judith y su fiel criada. La primera ya ha comenzado a cortar el cuello del general, prueba de ello son, la posición de la espada y la sangre que brota.

La obra de Artemisa Gentileschi presenta una marcada influencia caravaggiesca, estilo imperante en la Roma de principios del Siglo XVII. Sin embrago, Artemisa parte del tenebrismo del polémico Miguelangelo para ir un paso más allá, se puede decir que lo transforma en su sello personal atreviéndose además con arriesgadas y originales composiciones, como la que aquí contemplamos.

La escena está dominada por un exagerado y expresivo scorzo que encierra a los tres personajes, de los cuales nunca vemos sus cuerpos enteros. Sin duda, la figura que mejor percibimos es la de la víctima, cuya anatomía Artemisa representa de una manera magistral. Y es que nuestra pintora dominaba la representación de la figura humana a muy temprana edad, algo poco habitual entre las pintoras, pues no tenían la posibilidad de asistir a las clases del natural.

Este "chiaroscuro" tampoco nos permite ver nada de la estancia en la que se desarrolla la escena, lo que dramatiza más si cabe el pasaje.

El centro compositivo y lumínico del cuadro lo ocupan los gestos violentos del militar y las dos mujeres que forcejean en una especie de maraña de extremidades. A la vez la composición está marcada por el triángulo formado por las cabezas de los protagonistas.

En cuanto al color, en el cuadro destacan dos tonos: rojo y amarillo; el rojo lo encontramos en las mangas de las mujeres, en la sangre, pero sobre todo en la ropa de cama que cubre a Holofernes; y el amarillo del vestido de Judith, que encuentra su eco en las carnaciones, sobre todo del general. Artemisa equilibra el resto de la obra con una gama de azules, grises y blancos, que vemos en el vestido de la criada y parte frontal de la ropa de cama.

Cabe mencionar el anacronismo (recurso más que frecuente en el periodo barroco) que encontramos en los ropajes, pues las figuras vestidas de la escena lo hacen siguiendo la moda barroca y no como deberían lucir dos mujeres judías del siglo VI a.c.

Pero la escena nos ofrece detalles aún más interesantes, Artemisa otorga una mayor corporeidad a las mujeres, sólo tenemos que fijarnos en los brazos de estas y compararlos con los del general, un general de ejército de Babilonia, curtido en combates y entrenado durante años para empuñar pesadas armas, cuyo brazo ha quedado reducido a una leve musculación.

Y es que Artemisa, en esta temática, repite un modelo de mujer fuerte corporal y gestualmente, en alguna incluso se autorretrata, como es el caso de la que nos ocupa, cediendo su rostro, o más bien tomando prestado el episodio para vengar su rabia e impotencia ante el género masculino. Podríamos decir que Artemisa se sirve de estas escenas para vengar el abuso sufrido en el pasado.

Técnicamente la obra de Artemisa Gentileschi está a la altura de las obras de sus colegas hombres, los cuales disfrutaron de absoluta libertad para aprender, viajar, explorar y poder realizar cuantos movimientos quisieran en pos de mejorar su trabajo. Artemisa no contó con tal libertad.

Hay algo en esta escena escalofriante, pero revelador a la vez, y aquí reside la modernidad y genialidad de Artemisia, cómo una artista en el siglo XVII, a través de una temática y estilo tan limitado en la época, fue, sin embargo capaz de transmitir su mundo interior, su estado de ánimo. Artemisia filtró sus emociones con las escasas herramientas de las que disponía.

No puedo dejar de pensar en otra mujer, que tradujo prácticamente su vida en pintura, eso sí, casi trescientos años después: Frida Kalho. La pintora mexicana plasmó a principios del siglo XX de una manera literal anhelos, dolor, sufrimiento, frustraciones y también, aunque nos parezcan menos, momentos felices.

La pintura de Frida Kahlo refleja de un modo naif, donde predomina el colorido puro y plano, la mezcla entre la cultura popular mexicana y su biografía.

Así como en la mayoría de textos que hablan de Artemisia la alusión al padre pintor es inevitable. En el caso de Frida la figura del pintor Diego Rivera se revela omnipresente en el relato, su influencia y apoyo como artista, pero sobre todo lo tormentoso de su relación está presente en gran parte de la producción de la mexicana.

Frida Kalho tuvo su primer contacto con la pintura a los dieciocho años, convaleciendo tras un accidente de autobús, en el que una barra atravesó su pelvis. Este accidente le dejara secuelas que padecerá el resto de su vida.

Es curioso cómo Frida se convierte en la primera modelo de sus cuadros, al año del accidente le fue descubierta la rotura de una vértebra lumbar, por lo que tuvo que permanecer en cama con un corsé de escayola que cubría su tronco. Sus padres le facilitaron la práctica de la pintura, mandaron hacer un caballete que le permitiera pintar tumbada, así como un dosel o estructura en la parte superior de la cama, donde colocaron un espejo para que Frida se viera a sí misma. Así comenzó su andadura en la pintura, autorretratándose. Como ella misma escribió: "Me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola y porque soy el motivo que mejor conozco"

Es difícil escoger una obra de Frida para el dialogo con Artemisa, pero finalmente me decanto por Mi nacimiento o Nacimiento, una obra de 1932, pintada en dos fases en la ciudad de Detroit.

                                             Mi nacimiento o Nacimiento, 1932 Óleo sobre metal 

Frida acompañó a Diego Rivera durante unos meses cuando este recibió el encargo, contratado por Edsel Ford, para el Instituto de las Artes de Detroit. El encargo consistía en la realización de unos murales que debían celebrar la industria de la ciudad, haciendo especial y lógico hincapié en la del automóvil.

La estancia de Frida en EE.UU. no resultó nada grata, en "Gringolandia" como ella misma la llamaba, añoraba México y sintió la soledad y el aislamiento ante el snobismo de la alta burguesía norteamericana que durante ese periodo rodeaba al matrimonio Rivera Kahlo.

En Detroit Frida quedó embarazada, lo cual suponía un problema, pues la rotura de pelvis sufrida en el accidente le impedía llevar los embarazos a término, (ya había sufrido al menos 2 abortos), los médicos, incluso, consideraban que era algo contraproducente para la salud de Frida, que finalmente acabará abortando, la pintora dedicará varias obras a su estancia en el Henry Ford Hospital.

Y este será un tema constante en su vida y en su obra, la imposibilidad de ser madre: "Mi pintura lleva dentro el mensaje del dolor....La pintura me completó la vida. Perdí tres hijos...Todo eso lo sustituyó la pintura. Yo creo que el trabajo es lo mejor".

Unos meses después Frida sufría la pérdida de su madre, probablemente el cuadro Mi nacimiento lo iniciara en Detroit antes de la partida a México para despedirse de ella y lo finalizara después, a su regreso. Esto nos hace pensar que el cuadro se inicia con el aborto como tema principal, pero este se entremezcla con la muerte materna tras el deceso.

Una de las grandes influencias presentes en la expresión plástica de Frida, como mencioné antes, es la cultura popular mexicana, dentro de esta tradición encontramos los exvotos: imágenes que expresan el agradecimiento a un personaje sagrado, bien sea una virgen o un santo, por la curación o la salvación de alguien, de una manera descriptivamente plana, carente de perspectiva y naturalismo, y acompañados de alguna filacteria narrativa o de agradecimiento.

               Exvoto de agradecimiento de los padres de Frida por sobrevivir al accidente de autobús

Así pues, Mi nacimiento, no sólo nos recuerda a los exvotos por esa claridad narrativa y ausencia de detalle, concentrándose en el hecho principal: su alumbramiento, sino también porque en la parte inferior encontramos la cartela característica de los ex votos para escribir el agradecimiento o explicación, y que en este caso Frida dejó en blanco, quizá porque la explicación escrita no era necesaria o porque la escena representada tiene un final fatídico, por lo que no hay nada que agradecer.

Frida nos representa su propio alumbramiento, no podemos albergar duda alguna al contemplar su autorretrato en la cabeza de bebé con la poblada y unida ceja que la caracterizaba.

Del mismo modo que vemos clara la referencia a la muerte de su madre, pues la cubre con una sábana blanca y esta se ve sustituida por la imagen de una Virgen de los Dolores que coloca colgada en la cabecera de la cama, que no deja de ser la imagen de otra madre afligida. Encontramos en la obra una "triple madonna", marcadas todas por el dolor y la muerte: la Virgen cuya pérdida del hijo se refleja en el patetismo de su rostro; la madre de Frida, Matilde Calderón de Kalho recién fallecida cubierta con la sabana; y la propia Frida, aquí naciendo, pero que no hacía mucho había sufrido un aborto.

Por otro lado, observando la desnuda imagen que ocupa la cama de Mi Nacimiento, encontramos otra referencia plástica evidente, y que nos lleva de nuevo a la tradición y cultura mexicana, se trata de la diosa Tlazoltéotl, dando a luz a un niño. En la cultura azteca esta diosa simboliza la suciedad, en su acepción de diosa que perdona e ingiere los pecados (principalmente los vinculados a la carne) y la fecundidad, esta segunda acepción no requiere explicación alguna, y sería la simbología que Frida trasladó a su Nacimiento.

                                                    Diosa Tlazolteoltl, principios del siglo XVI.

Por último hacer referencia a la figura de Diego Rivera, obviando la relación personal que aquí no nos compete, artísticamente fue un apoyo e inspiración para Frida, concretamente motivó a su esposa para que llevara a cabo una serie donde representara cada una de las estaciones de su vida, (esta obra pertenece a esa serie), y de la que el mismo Rivera habló así: "Frida empezó a trabajar en una serie de obras maestras que no tienen precedente en la historia del arte, cuadros que exaltan las cualidades femeninas de la verdad, la realidad, la crueldad y el sufrimiento. Ninguna mujer jamás plasmó en un lienzo la misma poesía agónica que Frida creo durante ese periodo en Detroit"

Pero retomando el dialogo entre las dos mujeres artistas me pregunto cómo hubiera pintado Artemisia si hubiera vivido en el siglo XX; cómo hubiera traducido al lenguaje actual su rabia y su impotencia, incluso violencia; o cómo hubiera pintado Frida su vida de haberlo hecho en el México Barroco.

¿Quizá se intercambiarían los estilos? Tengo la sensación de que la obra de estas dos mujeres tiene más en común de lo que sus biografías nos muestran.

Ambas parten de una figura masculina, la fundamental formación del padre para Artemisia y la influencia del esposo para Frida.

Ambas, en su estilo y en su tiempo, han sabido filtrar ese halo personal que hace de sus pinturas verdaderas obras de arte.

Ambas superaron las dificultades de su tiempo, sociales, artísticas y personales. Pero ante todo nos dejan una obra diferente, cargada de personalidad y a la vez hija de su tiempo.

Con una diferencia entre ambas, que me plantea contemplar el panorama de una manera más optimista, mientras Artemisia fue fagocitada en el pasado, y vomitada recientemente por la Historia del Arte - así parece atestiguarlo la aparición de su obra en exposiciones temporales o lo que es más importante, la exposición individual que le ha dedicado el Museo di Roma este mismo año -; Frida Kahlo no sólo contó con mayor libertad en todos los sentidos, sino que llegó a convertirse en lo que a día de hoy aún es: un icono del México de su tiempo.