Ingres y el retrato moderno

M. Bertin 1832
M. Bertin 1832

Siempre me fascinó el Retrato del Señor Bertín, Louis-François Bertín. Jean Auguste Dominique Ingres lo pintó en 1832 y supuso un éxito en el Salón de 1833, "es imposible llevar la verdad más lejos", escribían, quizá los mismos que despreciaban a Ingres cuando trataba el tema de Historia; también tuvo sus detractores, qué duda cabe, le acusaron de usar una paleta monótona, sosa y carente de animación o de haber incurrido en un ilusionismo exagerado.

Pero el Retrato del Señor Bertín es hoy uno de los retratos más célebres de la Historia del Arte, no sólo por el increíble realismo; también, por haberse convertido en un símbolo del ascenso de la burguesía en el poder económico y social.

A pesar de que Ingres no tuvo ninguna intención de hacer una alegoría social, el retrato de Bertín simboliza los cambios de su siglo, el XIX, que se alejaba de los antiguos regímenes en los que el ser humano nacía y moría con el mismo estatus social y económico, y muy pocos eran los que podían o tenían acceso a un ascenso; el momento en el que los súbditos se convirtieron en ciudadanos.

Monsieur Bertín apoyó, en un principio la Revolución de 1789, la extrema violencia de esta, hizo que la rechazara y conspiró a favor de la monarquía a finales de los 90, comprobó que sus ideas nada tenían que ver con las políticas dictatoriales de Carlos X, por lo que apoyó, tras la Revolución de 1830, el Régimen orleanista.

No sabemos exactamente como se produjo el encargo, probablemente por el contacto de uno de los hijos de Bertín, compañero de estudios de Ingres; pero si sabemos que para el pintor, el retrato; género que rehusaba, pero que se veía obligado a llevar a cabo por el éxito profesional y económico que le reportaba; fue un desafío.

Gracias a un dibujo que se encuentra en el Museo de Ingres en Montauban, hemos sabido que el señor Bertín posó en un principio de pie; apoyando su codo y con el otro brazo en jarras; sujetando un sombrero de copa; pero esta artificiosa elegancia no convenció, afortunadamente, a Ingres, que finalmente optó por una posición sentada, más sencilla y natural.

Madame Paul Sigisbert Moitessier 1856
Madame Paul Sigisbert Moitessier 1856

Comparando este retrato con los retratos de Ingres podemos entender la dificultad que este encierra, los retratos que llevó a cabo Ingres pertenecían a miembros de la burguesía o aristocracia, estos se vanagloriaban de su posición social y económica y así quieren que se les represente para la posteridad; y todo eso era lo que utilizaba Ingres para componer sus retratos, las joyas, las sedas, las muselinas, el cachemir, las condecoraciones, los jarrones, los espejos; Ingres los integraba magistralmente, creando esas escenas en las que todo era "un retrato".

Sin embargo, Monsieur Bertín carece de todo eso, y vemos simplemente a alguien que nos mira, como nos puede mirar alguien como Bertín desde el siglo XIX, y lo que esto implica, como estaría mirando a un amigo, a un empleado del periódico o al mismo Ingres. Es Bertín sin más, carece de pose, de adorno, de ese efectismo que tan buen resultado daba al Ingres retratista.

Lo genial de este retrato es que nos lleva a una reflexión, que parte de la idea del retrato moderno; ese en el que, ambas improntas están unidas, la de Ingres y la del Señor Bertín, es la esencia del retratado, pero la contemplamos gracias a la maestría del pintor, que en este caso se ha adaptado a la nueva solución, porque la naturaleza de Bertín es la opuesta al estilo de Ingres; e Ingres es capaz de adaptarse para capturar, en este caso, a la persona.

Nada en este cuadro, excepto el brillo del reflejo de la silla, guiño a los pintores flamencos, nos distrae del señor Bertín, de ese rostro, de ese cabello despeinado románticamente, de esa mirada caída, pero directa, incluso intimidante con el gesto de la ceja arqueada. Toda esa sencillez y austeridad conforman "el retrato".

Creo que lo que siempre me fascinó del Retrato del Señor Bertín de Ingres fue que aunque no supieramos nada de Ingres, ni de la vida del retratado, ni de la historia de Francia, ni de la historia de la pintura, de lo que no nos cabría la menor duda, simplemente contemplando la obra, es de que el Señor Bertín poseía una gran personalidad.