De Peeters a Renoir
Analizamos Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre, de 1611 de la pintora Clara Peeters y Después del almuerzo de Aguste Renoir, de 1879, para descubrir algo más sobre el género de bodegón y de su autora, y por qué la obra de Renoir es un bodegón moderno del siglo XIX.

El bodegón como género independiente nace a finales del siglo XVI de manera prácticamente simultánea en España, los Países Bajos y el Norte de Italia.

Este género nació con el creciente gusto por la fiel
representación de la realidad y con la idea de emular un pasaje de la
antigüedad: la anécdota que Francisco Pacheco referirá en su Arte de la pintura, en la que el
artista griego Zeuxis representó unas uvas, tan reales que los pájaros se
acercaban a la obra para picotearlas. Ese
es el fin del bodegón, representar una serie de objetos y alimentos, animales,
vivos o muertos lo más fidedignamente posible, creando una composición
estudiada o "desordenadamente ordenada".
El género del bodegón encerró entre los siglos XVI y XVII un significado religioso u alegórico, motivado por la conciencia de la Contrarreforma, que hizo que el género del bodegón derivara hacia lo que se denominó como Vanitas, bodegones cuyo protagonista es el paso del tiempo (tempus fugit), el recuerdo de la mortalidad humana (memento mori), etc.; sin embargo a principios del siglo XVII existió también una tendencia del género cuya única intención es mostrar con todo lujo de detalles los elementos elegidos.
Aquí, en este último, podríamos incluir los bodegones de Clara Peeters, aunque sólo podríamos, porque en realidad no sabemos mucho, ni sobre la autora, ni sobre el verdadero significado o intención de su obra.
Qué duda cabe que, algunos elementos de los bodegones, por tradición, los relacionamos con esos
significados alegóricos, como por ejemplo el paso del tiempo en la vela recién
apagada, las flores, unas más marchitas que otras; incluso se piensa en alegorías
más concretas e individuales, relacionadas, quizá, con la vida personal de la
pintora, como el cuchillo en el que vemos su nombre, habitual regalo de boda, o
alimentos adornados con romero o pequeñas decoraciones con forma de fresa, todo
ello podría relacionarse con una ceremonia nupcial.

Detalle de Bodegón con mantel, salero....1611
Sabemos poco de nuestra autora, y todo ha sido deducido a
partir de los detalles de su producción, compuesta exclusivamente por
bodegones, se cree que nació en torno a 1588-90 y que vivió y trabajo en
Amberes. Pudo pertenecer a una familia acomodada por los objetos que recoge en
sus obras y por la indumentaria que viste en los autorretratos; Clara llegaría
a tener taller propio, por las distintas calidades que se aprecian en obras
firmadas por ella. La primera de sus obras está fechada en 1607 y la última en
1621. Se piensa que se dedicó profesionalmente a la pintura, aunque no
perteneció a ningún gremio, así como tampoco recibió ninguna formación.
Lo único seguro sobre Clara Peeters es lo que vemos en sus obras, su maestría para mostrar todas esas texturas matéricas y como juega con conceptos contrarios entre ellas: los plumajes de las aves en contraste con las superficies de las porcelanas (naturales y de factura humana); las repeticiones de motivos que vemos en las escamas de los peces, en las decoraciones de vasijas y en los utensilios de cocina, de nuevo contrapone elementos naturales y creados por el hombre; hay algo de metapintura también en la producción de Peeters.
La artista nos adentra en un mundo plástico inusual en el género pictórico y único en el de la pintora. Porque ese, es un tema añadido, cómo una mujer en el siglo XVII, suponemos en el entorno de Pedro Pablo Rubens, pintor que eclipsó a tantos artistas de su tiempo, fue capaz de hacerse un hueco y no solo pintar, sino hacer de la pintura su profesión.
No podemos pasar por alto como dentro de toda esa definición de detalles y virtuosismo para representar las texturas de los materiales Clara Peeters se autorretrata una y otra vez, incluye su imagen, casi de una forma fantasmagórica, y nos genera una sensación de suspense, alguien de quien no sabemos nada y sin embargo la tenemos ante nuestros ojos siglos después. Tampoco debemos pasar por alto como en alguno de los autorretratos aparece con la paleta y los pinceles, como si no quisiera dejar ninguna duda de que ese reflejo es el de la autora.

Clara comparte con nosotros esa actitud de autoafirmación, firma sus cuadros, vemos referencias a su nombre, como el dulce en forma de P, y se representa de una manera sutil en ellos, sin duda consciente del problema de ser pintora mujer en el siglo XVII.
Es por ello que adivinamos un fuerte carácter en Clara Peeters, no solo por los detalles mencionados en el párrafo anterior, además por competir con Rubens, y en un estilo muy diferente a este; pues la obra de Clara Peeters pertenece a una tendencia realista, más afín a Caravaggio o Sanchez Cotán, frente al ilusionismo de Rubens, entonces el artista más conocido de Amberes.
A todo esto hay que sumar que Clara innovó dentro del género del bodegón, siendo la primera artista en incorporar peces en sus obras.
Sin duda, comprobamos como una vez más toda obra de arte es hija de su tiempo, como la obra de Clara Peeters no sólo nos habla de un momento muy concreto de la pintura flamenca del siglo XVII, sino que nos habla de un problema de género, del que si bien no sabemos cómo de relevante era para la sociedad de la época, si lo era en el caso de esta brillante mujer.
Damos un gran salto en la Historia para acercamos a la obra Después del almuerzo, de Aguste Renoir, pintor francés de la segunda mitad del siglo XIX, quien consciente de los cambios que se estaban llevando a cabo y de la modernidad de su tiempo, pinta estas escenas de almuerzos tan característicos de su producción impresionista.
Recoge ese momento en el que unos personajes permanecen relajados entorno a una mesa, donde aún vemos resto del banquete, o de la relajada sobremesa, tazas de café, copitas y botellas de licor, el humo de un cigarrillo recién encendido, el ambiente del café o restaurante y sentimos que Renoir nos transporta al centro del mundo de finales del siglo XIX, porque ese debía ser el centro de todo, al menos en ese día y en ese instante, la terraza de un restaurante cualquiera del barrio parisino de Montmartre; y qué es el Impresionismo sino eso, el instante.
Nos fijamos en los personajes, las dos mujeres en un juego de contrarios (una rubia, la otra morena, una vestida de oscuro, la otra de claro) y pensamos, consciente o inconscientemente en los juegos de contrarios de Clara Peeters, y observamos al personaje masculino, en un principio parece irrelevante, pero es quien nos acerca a la escena y es además el foco de la mirada de las jóvenes, es más de lo que parece, es además Edmond, el hermano del pintor, y pensamos en la imagen de Clara, la Clara fantasmagórica que no es nada, y lo es todo en sus cuadros.

Nos centramos ahora en la mesa, ese espacio de la parte inferior izquierda del cuadro, ese espacio al que somos invitados, Renoir nos invita a formar parte de la escena y nos hace partícipes de la relajada sobremesa, de lo que es un bodegón moderno.


Pero el bodegón tiene ahora otro sentido, el virtuosismo en las representaciones de vajilla, cerámica, telas, humo y modas femeninas y masculinas sirven ahora para transmitir que lo importante no es el paso del tiempo, o la llegada de la muerte en un futuro, lo que importa ahora es ese instante que las tres figuras comparten y que disfrutan de todo cuanto les rodea.