PUENTES: CAILLEBOTTE Y MUNCH

Una práctica habitual hoy en día en los museos es el diálogo entre obras de arte de diferentes etapas y autores. Así pues, vamos a intentar conectar El puente de Europa de Gustav Caillebotte y El Grito de Edvard Munch.

Gustav Caillebotte (París 1848-Petit Gennevilliers 1894) se podría definir como el olvidado de los artistas impresionistas, a pesar de que su papel fue fundamental, tanto para la cohesión del grupo- en el que se daban complicadas relaciones internas- como para la organización de algunas de las exposiciones.

La obra de Caillebotte se puede considerar como un eslabón entre el Realismo y el Impresionismo; lo vemos contemplando Los Acuchilladores de parquet de 1875, donde se nos muestra el mundo del proletariado como la nueva mitología de la pintura, bajo un enfoque que rompe los preceptos del academicismo.

Si analizamos el Impresionismo, podríamos dividir este movimiento en dos tendencias: una basada en un modo más retiniano de entender la pintura, donde prevalecen los efectos lumínicos sobre diferentes motivos, en este grupo podríamos incluir a Monet, Renoir, Sisley; y por otro lado, una tendencia más preocupada en la construcción arquitectónica del cuadro, con autores como Cezanne. Caillebotte encajaría más en este último, aunque nuestro pintor no llega a olvidar los efectos de luz.

De igual modo la producción de Gustav Caillebotte se podría diferenciar entre una temática urbanita, característica de su tiempo, el Paris en construcción de Haussmmann; y una tendencia que desarrollará sobre todo en la etapa final de su vida, dedicada a la naturaleza y al jardín: espacios acotados por el hombre y la relación de este con el entorno en actividades y prácticas tan comunes entre la burguesía finisecular, como la vela; sirva como ejemplo Remero con sombrero de copa, de 1878.

La obra que he escogido, Puente de Europa, pertenece a esa temática urbana, en la que la mayoría de las obras de Caillebotte comparten rasgos:

  • Una composición sesgada, gran diagonal que conforma el propio puente y que atraviesa la casi total superficie del cuadro. Debe mencionarse en este apartado la influencia de la fotografía, a la que el propio Caillebotte, pero sobre todo su hermano, eran grandes aficionados, si bien, y como era habitual en la época, la mayoría de estas fotografías fueron desechadas o destruidas, pues se pensaba que el uso o la ayuda de un instrumento como la cámara fotográfica restaba valor artístico a la obra pictórica.
  • Uso de una tonalidad apagada, dominada por grises y ocres.
  • La utilización de diferentes pinceladas para cada parte del cuadro, lo que otorga una sensación de viveza a la escena.

Comparte, de una manera evidente, con los impresionistas el interés por representar el París moderno, algo a lo que les instó con frecuencia el escritor y amigo Charles Baudelaire. Los elegantes atuendos, chisteras, volantes, sombrilla, reflejan la moda, la importancia de la apariencia y lo conscientes que estos pintores eran de la modernidad de su tiempo, al igual que el hierro de la estructura del puente deja constancia de los avances arquitectónicos.

Todo es modernidad, en el Puente, y todo es calma y optimismo, coherente incluso con la propia vida del pintor, pues Caillebotte, si bien perdió muy temprano a sus progenitores llevó una vida acomodada, tranquila, dedicada la jardinería, la construcción de barcos de vela, y sobre todo a la pintura, pero sin las presiones de venta que afectaban a otros impresionistas; de hecho, el propio Caillebotte facilitó económicamente la vida a alguno de sus colegas para que pudieran seguir pintando sin pasar estrecheces.

Es curioso que el único escándalo que protagonizó lo hiciera tras su prematura muerte: Caillebotte legó su colección de obras de arte, cuyo fondo comprendía más de 60 obras de amigos impresionistas, al Estado Francés, concretamente al Museo de Luxemburgo, nombrando albaceas a su hermano Martial y a Auguste Renoir, con el fin de que los cuadros se exhibieran allí. Pero el Gobierno francés no aceptó tal legado; y ahí comenzó lo que se denominó como el "Affaire Caillebotte". Treinta y cinco años tardaría el Gobierno en aceptar su legado. Gracias a Caillebotte hoy en día podemos disfrutar en el Museo Orsay de París obras tan fundamentales como de L' Estaque de Cezanne, El Balcón de Manet o Le Moulin de la Galette de Renoir.

Y es que este burgués tranquilo, independientemente de su labor como pintor, consiguió algo que pocas veces pasa, y que une pasado y presente, en vida facilitó que sus amigos pudieran pintar y, tras su muerte, facilitó que hoy podamos disfrutar de esas obras.

Muy lejos de París y unos cuantos años después, nacía Edvard Munch (1863 Löten-1944 Ekely). Munch aporta a la historia de la pintura algo terriblemente novedoso y que lo conecta de una manera evidente con el Expresionismo: la coherencia entre el tema tratado y la forma de llevarlo a cabo. Lo vemos ya en sus niñas enfermas, cómo representar algo tan espantoso como la muerte de alguien en la flor de la vida de una manera académica, comedida, pulida y sometida. Munch da rienda suelta a sus emociones con pinceladas desgarradas, arañadas, en las que manchas y chorretones equilibran fondo y forma.

Otro rasgo de su pintura es la eliminación de lo narrativo, de lo literario, Edvard Munch genera escenas mezcladas con su propia biografía; reflexiona sobre la sociedad, sobre las relaciones entre los individuos, especialmente la relación hombre-mujer, crea estereotipos de una manera magistral: vampiresas, figuras fantasmagóricas, hombres víctimas. Todo conforma el universo Munch, un universo marcado por la amenaza de la enfermedad y la muerte desde su más tierna infancia. El propio Munch afirmó: "Sin el miedo y la enfermedad mi vida sería como un bote sin remos" .

El Grito, del que no limitaré fecha pues existen hasta 50 versiones y cualquiera de ellas es válida para esta reflexión, representaría o podría ser un compendio -o resumen- perfecto de la trayectoria de Munch, además de su obra más conocida y de ser un icono de la Historia del Arte. Esto último es algo que no me gusta mucho mencionar, pero dudo que haya alguien en el mundo occidental que no reconozca su imagen.

El grito representa la angustia absoluta o como muy bien describe Ulrich Bischoff: "nos confronta con el miedo y la soledad del ser humano en una naturaleza que no consuela, sino que recoge el grito y lo arrastra por la amplia ensenada hasta el cielo teñido de rojo sangre".

Compositivamente, estamos ante un puente que corta el cuadro en diagonal, enfoque similar al Puente de Europa de Caillebotte, pero en este caso, no nos interesa el material del puente, ni el entorno (Nordstrand). Nos son ajenos tanto los veleros insinuados al fondo, como los personajes del extremo.

Contemplando El Grito de Munch no podemos dejar de pensar en esa emoción, o sentimiento que evoca y transmite. Todo es expresión, da igual donde o cuando se esté produciendo, el efecto sobre el espectador es inmediato. La angustia del protagonista nos llega y nosotros mismos, en esa empatía nos hacemos grito, nos deformamos y nos teñimos de rojo. ¿Estaremos quizá ante uno de los cuadros más expresivos de la Historia del Arte?, ¿Estaremos ante la expresión más absoluta?

En 1892, durante una convalecencia en Niza, Edvard Munch escribió sobre el origen de El Grito: "Iba caminando con dos amigos por el paseo - el sol se ponía - el cielo se volvió de pronto rojo - yo me paré - cansado me apoyé en una baranda - sobre la ciudad y el fiordo azul oscuro no veía sino sangre y lenguas de fuego - mis amigos continuaban su marcha y yo seguía detenido en el mismo lugar temblando de miedo - y sentía que un alarido infinito penetraba en toda la naturaleza".

¿Qué llevó a Munch a ese momento narrado? Su vida, su infancia más concretamente, sus traumas sentimentales, su alcoholismo, la sociedad noruega, la obra de Dostoyevski, la contemplación de una momia del Museo del Hombre de París...lo genial es esa síntesis plástica, ese compendio expresivo.

Volvamos ahora a nuestra obra inicial, tan lejos quedan geográficamente Paris y Oslo, como estilística y biográficamente Caillebotte y Munch, se puede decir que resultan dos figuras antagónicas e igual de antagónicos son sus puentes.

Incluso las dos aportaciones personales son diferentes: el perro que nos aporta Caillebotte es su propia mascota, es una licencia personal que, curiosamente resulta fría ante la aportación de Edvard Munch, su propia angustia.

Dos artistas diferentes, dos contextos alejados, antagónicos, dos formas muy distintas de pintar y sin embargo ambas necesarias e imprescindibles; porque hay días para buscar la empatía de un gesto y otros en los que la mera contemplación es el bálsamo perfecto.